JEANNE HEBUTERNE -LAS MEJILLAS SONRROJADAS QUE NO ESBOZABAN SONRISAS

Supongo que es difícil ir por la vida regalando sonrisas cuando piensas que tu luz sólo brilla cuando la encienden los demás. Ese fue el caso de Jeanne, la preciosa pintora y modelo francesa nacida a finales del s. XIX.

Siempre he sido una gran admiradora de Amedeo Modigliani y, durante muchos años, me he dedicado a observar, estudiar y a aprender de su obra. El caso es que, aunque Jeanne aparece en gran cantidad de sus cuadros, nunca había caído en el detalle de que ella también era pintora. Quizás porque en los libros la citan siempre como amante de, modelo de, hermana de, y poco más. 

Pero el azar, que no conoce de secretos, me condujo a través del buscador informático hasta la imagen de un fascinante cuadro de tonos azules que me eclipsó. En él, una mujer con un moño de color cobrizo posaba de lado en el centro de la pintura. Su mirada, de reojo, me desafiaba con tanta intensidad que hizo que pasara por alto, en una primera instancia, la ausencia de nariz en el retrato, o mejor dicho, autorretrato.

Tímida, alegre, personal y elegante no conseguía dejar de mirarla. Era como si ese perfil ovalado hubiera conseguido hipnotizarme. Las delicadas flores del fondo y el perfecto contraste de colores a juego con el collar combinaban a la perfección con la expresión melancólica y pícara de su cara.

 Me quedé mirándolo un buen rato intentando descubrir el porqué no lo había visto antes. Al principio pensé que se trataba de una pintura más en la que ella posaba para Amedeo, pero enseguida me di cuenta de que no se le podía otorgar la autoría ya que una dulzura diferente, especial y desconocida por mí emanaba de sus colores. 

Estaba tan fascinada que aquella pintura despertó en mí un hambre voraz de conocimiento. Quería saber más, ver más, deleitarme con más. Busqué, busqué otros rostros, otras líneas, otros trazos. Pero poco encontré de los cuadernos que Jeanne pintaba junto al Sena y que enseñaba con ilusión a su hermano André. Y nada rescaté de los esbozos realizados en la Académie Colarossi. Era como si el tiempo se hubiera encargado de eliminar cualquier destello de sus pasos por la historia.

Por el contrario, mucho leí acerca de la vida bohemia de Modigliani. Noches de fiesta, exposiciones internacionales, cuellos alargados, cuadros de mujeres elegantes y numerosas amantes a las que barajaba como naipes. 

Jeanne, la mujer de largas trenzas y lánguida mirada que soñaba con ser artista, borró su existencia para convertirse en un boceto de su sombra cuando lo conoció. Cambió sus pinceles por cunas vacías, noches en vela, adoquines helados y desiertos platos con los que alimentarse. Olvidó que la lluvia alimenta al arcoíris y que la noche va de la mano de un nuevo despertar. 

Ella, que siempre fue la tercera o la cuarta en la lista de mujeres que su marido sacaba a pasear, confundió el destello de una cerilla con un faro de luz en medio del mar. Y es que el alma no se rinde a razones cuando el corazón grita sin piedad. 

Una gélida noche del mes de enero, descuidó desplegar sus alas cuando salió volando por la ventana en busca de su amado Amedeo, quien horas antes había partido hacia la eternidad. 

Ojalá, en algún lugar del tiempo, el espacio o el cielo, sea él el que ahora posa para ella. Y entre pinceladas, matices y carboncillos, consiga arrancarle la sonrisa que tiña de colores su alma, recordándole que el sol siempre acarició sus cuadros, que nunca necesitó a nadie para brillar.

                                                                                 Meritxell