PILAR MONTANER- PATRICIA VEIRET. LA LUZ QUE NO SIEMPRE BAÑÓ MALLORCA:

PILAR MONTANER- PATRICIA VEIRET. LA LUZ QUE NO SIEMPRE BAÑÓ MALLORCA:

Existen momentos en los que, en un instante, el universo abre ante ti un camino por el que, sin saberlo aún, estás a punto de deambular.

Quiso que fuera una mañana repleta de hojas naranjas y, doradas aceras en las que el frío asomaba su nariz entre mis orejas.

La vi, era imposible no hacerlo. El lila de su mantón se abrazaba al rosa de su vestido con tanta fuerza que apenas podía distinguirse dónde empezaba uno y donde acababa el otro. De medio lado y casi sin sonrisa me miraba fijamente desde lo alto de una farola: “Feresa de silenci, dones de la revista Feminal” titulaba.

Su delicadeza, sus pinceladas, pero sobre todo sus tonalidades, impregnaron mis pupilas y la mayoría de las calles de mi ciudad.

¿Contemporánea, paralela u opuesta? ¿Qué era lo que me acercaba a ella? ¿En qué línea temporal de la historia se escribió su nombre?

No obtuve una respuesta inmediata a las preguntas que cobijó mi mente. Tuvieron que pasar dos semanas para que un nuevo encuentro se propiciara entre nosotras aportando claridad a todas mis dudas.

Fue un sábado en la que me encontraba inmersa, en una visita guiada, de la mano de la comisaria de la exposición Elina Norandi en el “ Museu d’Història de l’Art” en Girona.

La sorpresa y la emoción me conducían de la mano cuando entre retratos y pintoras al llegar a la última sala del museo, su imagen me deslumbró.

 Esta vez, más cercana y voluminosa, sentada frente a mi parecía querer contarme una historia, su historia, en la que, de un modo extraño, en algunos momentos fugaces conecté con la mía.

 El cuadro latía con tanta fuerza dentro del bastidor que, conseguía romper el silencio ahogado en su rostro. Sin apenas acercarme pude acariciar sus suspiros, deshacer las sombras de sus labios, fundirme en su mirada, alegre o triste, impregnada de una luz hipnótica que salpicaba belleza por toda la composición.

De nuevo sus tonos me aprisionaron, dejándome a merced del instante, transportándome a un lugar reservado únicamente a los trazos, líneas y formas de la artista.

Solo una voz deshizo el hechizo para recubrirla de una enigmática fuerza que destellaba con más magia aún. Eran las palabras de Patrícia Veiret, su bisnieta, la que con gran admiración y amor hablaba de ella.

Dolor, pasión, descendencia y vigor erraban de puntillas en su relato, asomándose a la barandilla de un abismo al que sin duda estaba invitada a saltar.

No sé si sus palabras duraron dos minutos, cinco, diez o tan solo un instante, sólo sé que, fueron lluvia fresca de primavera que regó mi piel.

Mis pies, que tienen la extraña costumbre de hacer caso omiso a la razón, encontraron el sendero que acalla a la vergüenza y se abrieron paso ante la gente para presentarse ante ella.

 Patricia, me habló de Pilar, a viva voz, entre líneas, entre fotos y recuerdos ordenados en el libro que ha escrito en honor a su memoria.

También Pilar habló, habló en silencio, habló gritando, habló en susurros, habló su pena, clamó su sueño, gimió su llanto.

 Y entre vocablos y emociones, vestidos de domingo, con lazos surrealistas e impresionistas ropajes, desfilaron ante mí, uno a uno sus antepasados.

 No faltó el Rey Sancho de Valldemosa murmullando entre los muros de Palacio. Ni un efímero poema de Darío danzando entre las azules, turquesas y rosas olas del mar mediterráneo. Esplendor, gloria e intelectuales  se mezclaron entre sus formas cual espuma de mar en verano.

Pero la tramontana que, no distingue de “cofradías bellas”, sopló con tanta fuerza que hizo temblar sus telas, calas y paisajes. Desdibujó su Mallorca, secuestró su sol, apagó su alma.

No vi tristeza, ni oscuridad en sus cuadros más, sí pude sentirla escondida entre bravas pinceladas. Lucha, valor, y fuerza, las mismas que antaño la convirtieron en la única alumna mujer del notable Sorolla.

He estudiado, analizado, saboreado, sentido y disfrutado sus pinturas y aún así, sigo preguntándome:

- “¿Quién sería Pilar Montaner si el viento de la vida no la hubiera azotado con tanta fuerza?, ¿Dónde estarían sus obras si el horror de la pérdida no la hubiera acompañado en sus últimos años?, ¿Cuál sería el color que teñiría su nombre en los libros de historia?, ¿De no haber colgado su pincel de qué conversaría con Patricia cuando la luna mece la playa?

No he hallado respuesta todavía, más solo sé que sus cuadros siguen agitando corazones, activando emociones y abriéndose paso. Porque su historia, como la de muchas otras, no conoce de tiempos, ni espacios.

Cronóloga familiar, pintora de linaje, consiguió ganarse con tesón, el mayor de los múltiples títulos que regentó: artista.

Y es que, Pilar nace y renace en cada suspiro, en cada sigilo, en cada palabra que escapa del fondo del alma de todo aquel que contempla sus retratos buscando el punto de fuga que una en un instante, consanguinidad, color, pasión y arte.




                                                                                            Meritxell



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