LEONORA CARRINGTON- CUNA DE ORO, SOMBRERO DE CHARRO Y UNAS GAFAS SURREALISTAS BAJO EL SOL.

LEONORA CARRINGTON-

CUNA DE ORO, SOMBRERO DE CHARRO Y UNAS GAFAS SURREALISTAS BAJO EL SOL.

Leonora llegó a mí por casualidad, aunque a mí me gusta llamarlo causalidad, por ese toque mágico que acompañó a nuestro primer encuentro.


Jamás pensé que su carta de presentación fuera, en realidad, el preludio de su vida. Ya que, cómo he sabido a posteriori, la magia y la casualidad la acompañaron a lo largo de sus días.


Fue una mañana del mes de septiembre en la que, salía balanceándome entre la emoción y la inspiración de la visita que había realizado al Museo Picasso de Málaga.


Mi cabeza se debatía entre, retratos coloridos, palomas deformadas, sillines de bicicletas y composiciones descompuestas. Cuando, perdida toda noción de espacio, tiempo o realidad, decidí entrar en la última sala del edificio.


Suvenires, fotos del artista, abanicos, fileras de estanterías acunando viejas historias y algunos objetos decoraban la estancia. Las ganas de aprender, unidas al Sherlock Holmes que siempre me acompaña, me pusieron en marcha.


Entonces, en la última fila de la derecha, a punto de salir corriendo por la ventana, lo vi. Su portada me llamó la atención más de lo normal. Una foto de una mujer enfundada en un convencional vestido, me miraba con sus profundos ojos negros.

“Leonora Carrington, una vida surrealista “titulaba el libro.


Su nombre, totalmente desconocido para mí, de una manera inexplicable me transportó a la luz, la música, las callejuelas, la absenta y a los artistas del París de los años 20.


Me escogió o la escogí, no lo sé. Pero el caso es que, nació en mí una necesidad intensa de acercarme, conocerla y aprender de ella.

Tristemente, nunca había oído hablar de Leonora, ni tampoco había visto su obra. Pero para mi sorpresa ni siquiera su propia familia la reconocía como una artista de éxito.


Prin, como cariñosamente la llamaban, nació entre algodones, marqueses, castillos y bonitos cuentos de princesas. Fue presentada en sociedad y, ocupó las fotos de las portadas de la época.

Pero ella, no quiso vivir la vida que le tenían reservada.


Su jaula de oro, tenía unos barrotes tan gruesos, que ahogaban sus sueños. Por lo que, cuando cumplió la mayoría de edad, decidió romperlos y salir en busca del verdadero sentido de su vida:” El Arte”.


Quizás Max Ernst fuera su excusa y el amor apasionado que vivió junto a él, pero la realidad es que, en su corazón, su pasión artística latía con tanta fuerza que era cuestión de tiempo dejarla salir.


En su alma, los gnomos bailaban con fantasmas, las hadas abrazaban a animales indescriptibles. Las mujeres, la noche, la luna, el misterio y la poesía se alineaban para conjugar un mismo canto.


Y es que, a Leonora, le encantaba balancearse entre dos mundos. Recorrer de puntillas el plano real para, columpiarse entre espíritus y visiones en el plano espiritual.


Algunos podrían pensar que en eso consiste el Surrealismo, pero la realidad es que, en su caso, iba más allá del movimiento como tal.


Quizás fuera el rechazo de su familia, los agujeros negros que dibujó la guerra en su sonrisa, o la gran sensibilidad que empapaba sus horas, lo que la condujo al ingreso en un centro psiquiátrico de Santander. Pero lo cierto es que su estancia en las tierras cántabras cambió su vida y su obra para siempre.


Ella que nació para ser libre, voló, nadó y pedaleó de ciudad en ciudad, en busca de unos brazos que la comprendieran, escucharan y, sostuvieran. Artistas que alimentaran la sabia que ya corría por sus cuentos, cuadros y relatos. Lugares que llenaran de colores sus hojas, de aventuras sus días y dieran cuerda a su ilusión.


Llegó a México y, se topó de frente con la alegría de sus gentes, sus rojos, verdes, amarillos y azules. Y pasado el período de adaptación, las raíces se hicieron demasiado profundas, los amigos poderosamente imprescindibles, y las charlas eternamente insustituibles. Su corazón venció y decidió quedarse allí hasta el final de sus días.

Surrealista de convicción, luchó por ser reconocida por su condición de mujer artista destruyendo las etiquetas impuestas por sus propios compañeros de movimiento artístico.

Sus confidencias con su gran amiga Remedios Varó le inspiraron esculturas, escritos y pinturas, pero fue su fuerza indomable la que la llevó al triunfo.


Sus obras mezclaron con gran dosis de ingenio, pensamientos, sentimientos, cotidianidad, vida, muerte, alegría, dolor y color.

Con su imaginación, logró construir un puente invisible entre consciente y subconsciente por el que aun hoy, cuando la noche está clara y la luna suspira en los tejados de la ciudad, se la puede ver cabalgando libre a lomos de su caballo blanco. Con su sombrero charro, gafas surrealistas, pluma y pincel en mano, en busca de un nuevo lienzo al que moldear con su entusiasmo, pasión y magia.



Meritxell






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